—Me
ayudas con solo estar aquí —dije con sinceridad—. El simple hecho de verte
mejora mi estado de ánimo.
—Cuando
sabes que la culpa es solo tuya es mucho peor, ¿verdad?
—Sí
—coincidí—. La verdad es que prefiero un poco de distracción que unos oídos comprensivos.
—Creo
que eso te lo puedo conseguir —dijo ella, y me cogió del brazo—. Dios sabe bien
que tú has hecho lo mismo por mí muchas veces.
—Ah,
¿sí? —dije mientras echábamos a andar juntos.
—Infinidad
de veces. Cuando te tengo conmigo es fácil olvidar. Bueno, no es eso. Me
refiero a que cuando te tengo a mi lado es fácil olvidar.
—¿Olvidar
qué?
—Todo —respondió, y por un instante su voz dejó de sonar alegre— Todo lo
malo de mi vida. Quién soy. De vez en cuando me sienta bien tomarme unas
vacaciones de mí misma. Tú me ayudas a eso. Eres mi puerto seguro en un mar
infinito y tempestuoso. Eres el sauce umbroso en un día soleado.
—Tú
—repliqué— eres una dulce música en una habitación lejana.
—Tú
eres un pastel inesperado en una tarde lluviosa.
—Tú
eres la cataplasma que extrae el veneno de mi corazón —dije.