26 de agosto de 2012


Quizá la mayor facultad que posee nuestra mente sea la capacidad de sobrellevar el dolor. El pensamiento clásico nos enseña las cuatro puertas de la mente, por las que cada uno pasa según sus necesidades. 
La primera es la puerta del sueño. El sueño nos ofrece un refugio del mundo y de todo su dolor. El sueño marca el paso del tiempo y nos proporciona distancia de las cosas que nos han hecho daño. Cuando una persona resulta herida, suele perder el conocimiento. Y cuando alguien recibe una noticia traumática, suele desvanecerse o desmayarse. Así es como la mente se protege del dolor: pasando por la primera puerta. 
La segunda es la puerta del olvido. Algunas heridas son demasiado profundas para curarse, o para curarse deprisa. Además, muchos recuerdos son dolorosos, y no hay curación posible. El dicho de que «el tiempo todo lo cura» es falso. El tiempo cura la mayoría de las heridas. El resto están escondidas detrás de esa puerta. 
La tercera es la puerta de la locura. A veces, la mente recibe un golpe tan brutal que se esconde en la demencia. Puede parecer que eso no sea beneficioso, pero lo es. A veces, la realidad es solo dolor, y para huir de ese dolor, la mente tiene que abandonar la realidad. 
La última puerta es la de la muerte. El último recurso. Después de morir, nada puede hacernos daño, o eso nos han enseñado.


21 de agosto de 2012





Aquí tenemos a dos jóvenes encantadores. Estaban sentados y sus miradas se han encontrado. Él dice hola. Ella dice hola. Ella sonríe. Él, nervioso, se apoya ora en un pie, ora en el otro. Se percibe algo sutil en la atmósfera. A ella le encantan sus facciones. Le intriga la curva de sus labios. Se pregunta si podría ser él, si podría mostrarle las partes más secretas de su corazón. Existe entre ellos algo endeble y delicado. Ambos pueden sentirlo. Es algo parecido a la electricidad estática. Débil como la escarcha.
¿Qué haces tú?
Tenemos tres caminos. Primero: nuestros jóvenes enamorados pueden intentar expresar lo que sienten. Pueden intentar cantar eso que han oído cantar a sus corazones.
Ese es el camino del loco honrado, y es un mal camino. Esa cosa que hay entre ellos es demasiado trémula para hablar de ella. Es una chispa tan débil que hasta el aliento más suave la apagaría. Aunque seas inteligente y sepas expresarte, estás condenado al fracaso. Porque si bien sus labios quizá hablen el mismo idioma, sus corazones no.
El segundo camino es más prudente. Habláis de cosas sin importancia. Del tiempo. De la última obra de teatro que habéis visto. Pasáis un rato juntos. Os dais la mano. De ese modo, poco a poco aprenderéis el significado secreto de las palabras del otro. Así, cuando llegue el momento podréis hablar añadiendo un significado sutil a vuestras palabras, para que haya entendimiento por ambas partes.
Y luego está el tercer camino. Percibes que hay algo entre vosotros dos. Algo maravilloso y delicado. Y como aspiras a tener certeza en todo, decides forzar la situación. Tomas la ruta más corta. Mejor cuanto más sencillo, piensas. Y te lanzas sobre los pechos de esa joven.

Tenía defectos, pero ¿qué importa eso cuando se trata de asuntos del corazón? Amamos lo que amamos. La razón no entra en juego. En muchos aspectos, el amor más insensato es el amor más verdadero. Cualquiera puede amar algo por algún motivo. Eso es tan fácil como meterse un penique en el bolsillo. Pero amar algo a pesar de algo es otra cosa. Conocer los defectos y amarlos también. Eso es inusual, puro y perfecto.