Aquí
tenemos a dos jóvenes encantadores. Estaban sentados y sus miradas se han
encontrado. Él dice hola. Ella dice hola. Ella sonríe. Él, nervioso, se apoya
ora en un pie, ora en el otro. Se
percibe algo sutil en la atmósfera. A ella le encantan sus facciones.
Le intriga la curva de sus labios. Se pregunta si podría ser él, si
podría mostrarle las partes más secretas de su corazón. Existe
entre ellos algo endeble y delicado. Ambos pueden sentirlo. Es algo parecido a
la electricidad
estática. Débil como la escarcha.
¿Qué
haces tú?
Tenemos
tres caminos. Primero: nuestros jóvenes enamorados pueden intentar expresar lo
que sienten. Pueden intentar cantar eso que han oído cantar a sus corazones.
Ese
es el camino del loco honrado, y es un mal camino. Esa cosa que hay entre ellos es
demasiado trémula para hablar de ella. Es una chispa tan débil que hasta el
aliento más suave la apagaría. Aunque
seas inteligente y sepas expresarte, estás condenado al fracaso. Porque si bien sus labios quizá hablen el mismo idioma, sus corazones no.
El
segundo camino es más prudente. Habláis de cosas sin importancia. Del tiempo.
De la última
obra de teatro que habéis visto. Pasáis un rato juntos. Os dais la mano. De ese
modo, poco a poco aprenderéis el significado secreto de las palabras del otro.
Así, cuando llegue el momento podréis hablar añadiendo un significado sutil a
vuestras palabras, para que haya entendimiento por ambas partes.
Y
luego está el tercer camino. Percibes que hay algo entre vosotros dos. Algo
maravilloso y delicado. Y como aspiras a tener certeza en todo, decides forzar la
situación. Tomas la ruta más corta. Mejor cuanto más sencillo, piensas. Y te
lanzas sobre los pechos de esa joven.
No hay comentarios:
Publicar un comentario