—Muchos afirman —comenzó Alice Gould con aire distraído y
distante— que el hombre ha matado el silencio. Es muy injusto decir eso, porque el silencio
¡no existe! A veces huimos de la gran ciudad para escapar del bullicio, pero no hacemos sino trocar
unos ruidos por otros. Cuando se acercan las vacaciones, deseamos conscientemente cambiar
de ocupación: la máquina de calcular, por la bicicleta; o la de escribir, por el
arpón submarino. También de un modo consciente deseamos cambiar de paisaje: la ventana del
inquilino de enfrente por la montaña, el campo o la playa. Pero de una manera inconsciente, lo
que anhelamos, sin saberlo, es cambiar de ruidos: el bocinazo, el frenazo, el chirriar de las
máquinas, las radios del vecino, por otros menos desapacibles, como el rumor del viento entre los
pinos o la honda y angustiada respiración del mar.—¿Considera usted al mar como un ser
vivo?—¡Naturalmente, doctor! La tierra no es un planeta muerto. Y el mar ocupa las tres quintas
partes de la tierra... o... o algo parecido. Y además se muere y hace ruido. ¡Todo lo que vive lleva
el sonido consigo!
—Me sorprendió usted, señora de Almenara, desde que entró por esa
puerta; sería injusto negarle que mi sorpresa va de aumento en aumento. No obstante,
sigo creyendo que la total soledad se aproxima mucho al silencio.
—No, doctor. No hay bosque, por oculto y lejano que se halle, por
tranquilo que esté el aire que lo envuelve, que no tenga su propio idioma sonoro. ¿Usted no ha
oído hablar a los árboles? ¡Todo el mundo los ha oído hablar! No se sabe bien qué es lo que
se escucha, qué es lo que suena. No hay arroyos en las proximidades, no hay pájaros, no hay
insectos, y las copas están quietas. Con esto y con todo, hay un palpito indefinible,
indescifrable. Se dice entonces que se oye el silencio. Es una manera de decir porque lo cierto es que
"algo" se oye... mientras que el silencio es inaudible.
—He aquí una palabra, "silencio", que el hombre ha
inventado para expresar una realidad que no ha experimentado jamás, para describir lo que nunca ha conocido:
porque todo en él y alrededor de él es un cúmulo de mínimos estruendos. Y la voz que sonó una
vez no se pierde para siempre. La vibración de la onda sonora se expande y aleja, pero
permanece eternamente. Esta conversación que estamos teniendo, doctor, existirá en el futuro
en algún lugar lejano.
—¿Quiere usted decir que toda palabra es eterna?
—Es una simpleza lo que digo. No hay nada de original en ello,
puesto que está probado. La curiosidad insaciable del hombre creó grandes ojos (los
telescopios) para ver más allá de lo que la vista alcanza. Ahora ha creado grandes orejas (los
radiotelescopios) para captar los ruidos del Universo. Y he leído que aún se oye el sordo clamor de la primera
explosión: la que fue origen de la creación del mundo y de la fuga de las galaxias. ¡Antes de
esto, sí existía el silencio!
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