Para
empezar, creo que es necesario aclarar unos cuantos conceptos y partir, previamente,
de algunas preguntas tales como: ¿qué es mentir? ¿Es ético y moral hacerlo?
¿Hay una clasificación para ello? ¿Realmente se es consciente y debe ser
castigado o mal visto o por el contrario es inconsciente, externo a nosotros,
predeterminado genéticamente? ¿Dónde está el límite (si es que lo hay)?
¿Debemos actuar por nuestro beneficio o tenemos que actuar solitariamente,
pensando sólo en nosotros mismos? ¿Realidad o ficción? ¿Mentira piadosa o
verdad dolorosa? Hay muchas preguntas al respecto de este tema, que no siempre
han tenido una respuesta universal que sirviera como modelo a seguir. Para
realizar este ensayo, pues, baso mis argumentos en definiciones y en la propia
experiencia propia afirmando que no tenemos derecho a mentir.
La
mentira. El hecho de mentir nos ha acompañado a lo largo de toda nuestra
historia. Pero, ¿qué es una mentira? Una mentira es una declaración o
afirmación realizada por alguien, que la expone a los demás sabiendo que es
totalmente falsa (o en parte) esperando que los oyentes le crean, ocultando
siempre la verdad de forma parcial o total. Por esta definición podríamos
concluir que la persona mentirosa previamente tiene que tener conocimiento de
dicha verdad y, consecuentemente a esto, libremente elige optar por ocultarla y
engañar o manipular a las personas que se encuentran a su alrededor
escuchándola. Como bien nos decía Descartes, hay que dudar de todo para, a partir
de la nada, construir la verdadera realidad. Porque, ¿cómo saber si nos están
mintiendo? ¿Cómo saber si en realidad, toda nuestra vida no ha estado basada en
una gran mentira, movida por alguien cercano a nosotros? Es difícil responder a
esas preguntas ya que, por cariño o afecto, confiamos en muchas personas, sin
darnos cuenta de que son en realidad ésas, las que más pueden jugar con
nosotros. Llegado a este punto, tenemos que plantearnos, qué es lo real, cuál
es la verdad que se esconde tras el bombardeo de palabras que recibimos a lo
largo del día (o por lo menos intentarlo), cómo las hemos adquirido tan
íntimamente a nuestra forma de ser y clasificarlas por orden de gravedad.
Si
echamos la vista atrás, podremos descubrir como, a lo largo de nuestra larga o
corta existencia hemos estado rodeados de mentiras. De hecho, hay a veces que
es hasta natural y sin ningún tipo de maldad. Por poner un ejemplo, las madres.
Las madres pueden llegar a autoconvencerse de cualquier idea, sea verdad o
mentira, y convertirla en una realidad en su persona. Como por ejemplo, que su
hijo es el más guapo y maravilloso del mundo, pregonarlo a los cuatro vientos y
por consiguiente, hacérnoslo creer a nosotros que nos hallamos observando el
mundo, analizando gestos e intentado entender todo a la perfección. Desde bien
pequeñitos nos mienten para que hagamos lo correcto, para que nos comamos ese
plato que tanto odiamos aludiendo al argumento: ‘Come, que seguro que te
gusta’. Y así es como, poco a poco, hemos ido asimilando ese método de mentir
piadosamente para conseguir un propósito. Por esa razón, en definitiva, el
hecho de mentir se ha ido aprendiendo a lo largo de nuestra vida, algunas veces
castigado y otras veces no. Y así es como, poco a poco nos hemos ido forjando
una personalidad en la que está implícita la mentira, muchas veces como método
de huida, salvación o engaño.
Por
esto, debemos hacer una distinción entre todos los tipos de mentiras que
existen. San Agustín distinguía ocho
tipos de mentiras: las mentiras en la enseñanza religiosa; las mentiras que
hacen daño y no ayudan a nadie; las que hacen daño y sí ayudan a alguien; las
mentiras que surgen por el mero placer de mentir; las mentiras dichas para
complacer a los demás en un discurso; las mentiras que no hacen daño y ayudan a
alguien; las mentiras que no hacen daño y pueden salvar la vida de alguien, y
las mentiras que no hacen daño y protegen la "pureza" de alguien. En
teoría, ese tipo de "mentirijillas" que no hacen daño a alguien no
deberían de estar mal del todo ya que como Sócrates estipulaba (y poco
después Platón) nadie obra mal a sabiendas. Realmente, podríamos considerar que
quién obra injustamente, es porque realmente no ha conocido la justicia por lo
que es inevitable actuar de tal manera. Si traspasamos este ejemplo al hecho de
mentir, posiblemente, el mentiroso sería el que no ha conocido la verdad, por
lo que no actúa conforme a ella. Tan sólo aquellos que la conocieran, deberían
obrar atendiendo a ella. Pero la realidad no es así. Tampoco los que realmente
conocen la verdad, la aplican en todos los ámbitos de su vida. Entonces cabría
preguntarnos, ¿es algo inherente, inapelable en el ser humano?.
Por
seguir al pie de la letra este razonamiento, sería lo más lógico. Todo el mundo
miente, por lo que el hecho de mentir está en el ambiente. Es la orden del día.
Ya la Biblia indicaba que A mayor sabiduría, mayor dolor. Los mayores totalitarismos del siglo
XX proporcionaron ejemplos extremos de cómo una sociedad perfecta ha de ser necesariamente manipulada para
mantener la mentira como verdad(1984,
de George Orwell,
1948), o para convertir los propios cuerpos y las mentes en máquinas dóciles (Un mundo feliz, de Aldous Huxley,
1932). Es imposible que desaparezca del
ámbito político, diplomático y periodístico. Pero aquí entra el verdadero
dilema de todo. ¿Es por todas estas razones, un derecho el mentir?
La palabra derecho deriva de la voz latina directum, que significa "lo que está conforme a la regla,
a la ley, a la norma". Pero, si no hay una norma establecida ni una regla
la cual seguir, ¿dónde están los límites de lo que es correcto y lo que
no?, ¿de quién depende, de nosotros mismos o de la sociedad en la que nos toca
vivir? Si lo pensamos detenidamente, casi todas las normas, leyes o derechos
que rigen nuestra sociedad actual, dependen de nuestro entorno, de dónde nos
hayamos criado. Mientras que en nuestro país está prohibido exhibirse desnudo
públicamente por las calles, en otros lugares como en las tribus africanas, ese
hecho sería de lo más natural del mundo. Eso nos hace plantearnos, si es
verdaderamente justo y “bueno” lo que nosotros consideramos como tal.
Como
bien nos decía la definición de "derecho", el mentir no está
estipulado en ninguna ley ni norma por lo que no se puede considerar un derecho
hacerlo. Somos libres de actuar y eso implica ser responsables, coherentes y en
ocasiones decidir conforme a un consenso establecido por todos. Por lo que ahí
viene el que, cada uno actúe conforme a la educación y a las creencias que le
han venido dadas. Porque nuestras experiencias nos marcan para toda la vida y
si no se nos ha enseñado bien que es lo que está bien y lo que está mal,
haremos daño a las personas que más queremos.
No
es que esté justificando que mentir esté bien, pero, siempre es mejor una
mentira que sirve para ayudar a un ser querido en una determinada situación
social o sentimental que una mentira que sirva para manipular o, en el peor de
los casos, dañar a alguien a propósito. Porque cuando mentimos, somos
totalmente conscientes de ello y quizás ese sea lo peor de todo. Porque casi
siempre lo hacemos con un propósito determinado y muchas veces nos cegamos y
hacemos lo que sea para conseguir esa meta. Porque no siempre el fin justifica
los medios, y pensar en cómo se sentirán los demás no está de más. Tarde o
temprano, las verdades salen a la luz y por más que intentes esconderla,
no puedes.
Así
que, para concluir podríamos afirmar que la mentira es algo que no se puede
controlar, reformar o prohibir, pero no por eso debería de ser un derecho ni
que estuviera bien visto hacerlo. Quizás sólo en algunas ocasiones. O quizás
no.
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