27 de enero de 2014

Nunca olvidaré.

Nunca olvidaré esa media sonrisa que era capaz de helar el alma de una sentada. 
Esa risa tan especial que mostraba esa dentadura suya tan perfecta.
Esa que no solía enseñar y verla te hacía sentir la persona más afortunada del mundo.
Esa manera de andar tan característica. Como arrastrando los pies. Con desgana. Como si estuviese cargando un gran peso bajo su espalda.
Esa manera de sacudirse el pelo tras la embestida de una ráfaga de viento, la cual hacía que se despeinase y sintiese la necesidad de colocárselo como siempre. Siempre de la misma forma. Como si no pudiese seguir siendo sin que todo estuviese como al principio.
Esa forma de apartarse las pequeñas greñas del pelo que le caían por la cara con ese movimiento tan felino.
Esas rarezas que pocas personas entendían.
Esa forma de destacar solo para las personas que no buscaban la normalidad.
Esa forma de atraer e hipnotizar con tan solo unas palabras. Palabras salidas de una cabeza que interesaba por la cantidad de contenido que debía haber.
Esa manera de mirarte tan fijamente, sintiendo cómo atravesaba tu alma, te examinaba las vísceras y salía. E incluso antes de que acabase, ya tenías que desviar la mirada hacia otra parte si no querías salir perjudicada.
Lo gratificante que era ver cómo la gente te agradecía que lo viesen más simpático, más dicharachero. Con sangre en las venas. 
Una de las mejores sensaciones, sin duda. Esa sensación de sacarle a los demás lo mejor que tienen dentro.
Y aún así, que él te hiciese sentir la persona más estúpida del mundo.
Y, a pesar de todo, sonreírle. Como una tonta. Pensando que, quizás y solo quizás, en un universo paralelo él fuese el que sonriese con cara de idiota y yo solamente le mirase.

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