Ayer, a las cuatro
y pico de la madrugada tras haberme terminado un libro, no sé por qué me vino
ese pensamiento. Se materializó tan rápidamente en mi cabeza que no pude más
que asentir y decir: "Joder, qué razón tienes".
Suele pasarme a
veces, sin más. Pero a lo que iba.
Las personas somos como libros. Todos tenemos nuestra historia. Hay algunos más cortos que otros, unos con una portada atractiva que hace que tengas más ganas de leerlo u otros que, por el contrario, no te llaman nada la atención a la hora de leerlos pero una vez que lo haces, no te arrepientes.
No pude evitar
sentir que había una gran relación entre cómo somos las personas y cómo son los
libros.
Como ya he comentado, fue el último libro que me leí el que me dio ese empujoncito. Recordé, sin más, muchos de los libros que me había leído durante mi vida e irremediablemente pensé: "Este que acabas de leer sinceramente no te pareció muy interesante cuando leíste la sinopsis y a pesar de ello te lo llevaste a casa. Lo cogiste a expensas de que no te gustase. Poco te importó después. La forma en que estaba narrado te gustaba. El autor también. ¿Por qué no?" y así fue.
Como ya he comentado, fue el último libro que me leí el que me dio ese empujoncito. Recordé, sin más, muchos de los libros que me había leído durante mi vida e irremediablemente pensé: "Este que acabas de leer sinceramente no te pareció muy interesante cuando leíste la sinopsis y a pesar de ello te lo llevaste a casa. Lo cogiste a expensas de que no te gustase. Poco te importó después. La forma en que estaba narrado te gustaba. El autor también. ¿Por qué no?" y así fue.
Nada más empezar no me atrajo mucho. Es la verdad. Pero no pude dejar de leerlo. No pude más que asumir que, por poco adictivo que fuese, no podía dejarlo a medias. Un querer y no poder. Y aunque no consiguió hipnotizarme, disfruté mientras lo leía. De hecho, tarde sólo un par de días en acabármelo, aun disponiendo de poco tiempo. ¿Por qué? Me dije. Si en realidad, no me había gustado tanto. Y entonces caí en la cuenta.
Es como si, el hecho de leer un libro, sea como conocer a una persona. Cada persona escribe su historia conforme va avanzando en lo que llamamos comúnmente «vida». Cada persona tiene una portada, más o menos atrayente. Cada persona tiene número de páginas. Cada persona aborda un tema o procesa los sucesos que va viviendo de forma diferente, tiene una forma diferente de concebir el mundo y una forma diferente de plasmarlo por escrito. A veces, más simple de entender; otras no.
Sin embargo, todos
y cada uno, a pesar de todos estos requisitos, somos libros. Por supuesto, no
vamos a gustarle a todo el mundo. No obstante, siempre habrá alguien que
decidirá asumir la responsabilidad y las consecuencias de leerte y no ponga
ningún tipo de pega. Que le guste más o menos. Pero no podrá decir que no lo ha
intentado, que no se ha arriesgado ciega y voluntariamente.
Nunca se sabe
cuánto te puede atrapar un libro. Escasas veces se sabe desde un principio. He
ahí la gracia de leer. El hecho de descubrir una historia realmente
interesante, bien narrada, con personajes logrados y tan atrayente, que asuste.
El hecho de que tardes poco en leerlo síntoma, pues, de que enseguida has
congeniado con él; creado un vínculo que solo vosotros entenderéis.
También habrá gente que no le gustará leer. Que se guíe solamente por la portada o por la sinopsis. Que lean los libros que todo el mundo lee o únicamente los que le recomienden. Que la sola idea de hacerlo le produzca hastío.
Ahí está la cosa: todos y cada uno de nosotros, en mayor o menos medida, somos libros. Incompletos y en constante cambio y evolución.
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