1 de noviembre de 2011

El que nada espera nunca sufre desengaños.

Salvo unos pocos poetas y monjes iluminados retirados en lo alto de un monte, los demás sí tenemos nuestras ilusiones. Es más, no es que las tengamos, es que las necesitamos. Alimentan nuestros sueños, nuestras esperanzas y nuestras vidas como una bebida energética con dosis extra de cafeína. Ella había dejado de vivir, pero no estaba dispuesta a dejar de soñar; si bien todo apuntaba a que alguien había dejado sus sueños en eterna espera.

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