Cuando ya ha entrado mucho el Otoño y vas paseando por un lugar con árboles. Estás en un bosque o en un parque, y todo es de color naranja, marrón y amarillo. Paso tras paso vas pisando las hojas muertas y caídas en el suelo, y crujen al romperse en pequeños trozos tan débiles. Se desvanecen en la tierra y se vuelan con el aire, como si de nada se tratara. Y tú escuchas como desaparecen en el olvido y en el viento. Y te recuerdan a tu corazón. Tan débil y fácil de estropear. Tan sencillo y frágil como las hojas caídas del Otoño. Tan roto y olvidado.
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