—El
amor, por ejemplo. Sabes qué es, pero se resiste a una explicación detallada.
—El
amor es un concepto sutil —admití—. Es elusivo, como la justicia, pero puede
definirse.
—Dime
qué es el amor.
Pensé
un momento, y luego otro, más largo.
—¿Ves
lo fácil que lo tendré para detectar lagunas en cualquier definición que me
des?
—El
amor es la voluntad de hacer cualquier cosa por alguien —dije—. Incluso en
detrimento propio.
—En
ese caso —repuso ella—, ¿en qué se diferencia el amor del deber o la lealtad?
—En
que está combinado con la atracción física—dije.
—¿También
el amor de una madre? —inquirió Vashet.
—Pues
combinado con un profundo cariño —me corregí.
—Y
¿qué quieres decir exactamente con «cariño»?
—El
cariño es... —Me estrujé el cerebro tratando de pensar cómo podía describir el
amor sin recurrir a otros términos igualmente abstractos.—Esa es la naturaleza
del amor.
—.
Intentar describirlo volvería loca a cualquier mujer. Por eso los poetas se
pasan la vida
escribiendo.
Si uno de ellos pudiera describirlo definitivamente en el papel, los otros
tendrían
que abandonar sus plumas. Pero es imposible.
—Pero
solo un necio puede afirmar que no existe el amor. Cuando ves a dos jóvenes
mirándose
fijamente con los ojos lagrimosos, allí está. Tan denso que podrías untarlo en
el pan y comértelo. Cuando ves a una madre con su hijo en brazos, ves el amor.
Cuando lo notas agitarse en tu vientre, sabes qué es. Aunque no puedas
expresarlo con palabras.
—Ese
es el propósito de las preguntas. Hacer esas preguntas es como preguntarle a
una muchacha por el chico que le gusta. Quizá no emplee la palabra en sus
respuestas, pero estas revelan si hay o no amor en su corazón.