Si
lo pensáis en términos musicales, es más fácil entenderlo. A veces un hombre
disfruta oyendo
una sinfonía. Otras le apetece más una giga. Con el amor pasa lo mismo. Cierto
tipo de
amor resulta adecuado para los mullidos almohadones de un claro crepuscular.
Otro resulta
natural en el desorden de las sábanas de una cama estrecha en el último piso de una
posada. Cada mujer es como un instrumento, y espera que la entiendan, la amen y
la toquen
con delicadeza, para por fin hacer sonar su verdadera música.
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